CLEMENTINA VIAJA EN COLECTIVO

por Mariano Perez Gallardo

La conocí en la plaza de San Isidro, el día en que habíamos ido con mi hermano a tocar por primera vez. Sobre las escaleras un chico y un grupo de chicas, entre las que estaba ella, observaban atentos. Más tarde supe que bailaban tribal y les pedí que se unieran. Fue magnífico. Las tres chicas llevaban la música por todo su cuerpo, dialogando con los sonidos a través de cierto entendimiento sin palabras, sólo la música y las notas comunicaban.  

Por momentos ellas pedían con el cuerpo a la música que subiera en  intensidad, o que bajara, y otras veces éramos los músicos quienes hacíamos bailar a ellas, pidiéndoles con nuestra música movimientos más violentos y estremecimientos más encendidos, o tal vez éramos todos; o tal vez incluso no éramos nosotros sino la música pasando a través de nuestros cuerpos representando algo que el universo tuvo ganas de decir aquélla tarde, en ese lugar de San Isidro.

La noche fue asomando una coloración violácea de fondo a la escena … pero no es de esas cuestiones que quiero hablar.

Los días pasaron y quedé para encontrarme a tomar algo con Clementina, una de las chicas que bailaban.

Charlamos, compartimos bebidas y anduvimos de acá para allá.

Al final del día volvimos a nuestras casas en el mismo colectivo, ella parecía feliz en el viaje de vuelta, tal vez muy abstraída, como ida, pero feliz (yo no pensé en ese momento hasta mucho después). Atribuí su somnolencia distraída a la marihuana previa, y pensé que tal vez desde afuera yo me viera igual de inentendible.

La segunda vez la vi en casa, vino a tomar unos mates y a comentar la existencia de a dos. Sacamos las conclusiones que uno suele sacar acerca de las cosas, compartimos música, bailamos, tocamos un rato, nos reímos mucho. Me gustaba ella, pero no atiné en toda la tarde a dar el paso correcto con el que romper la frontera que separaba nuestro contacto. Con la música sí, eso no resultaba difícil, bailaba endemoniada. Y mientras las horas transcurrían yo hacía intentos por sacar mi coraje a flote y encarar un rapto más íntimo hacia ella, pero al contrario me hundía lenta y progresivamente en el aperitivo de la tarde. Le enseñé a tocar el cajón. Se sentó encima mientras le expliqué como debía abrir las piernas, inclinando levemente el pubis hacia abajo dejando caer los brazos relajados e inertes por el centro, procurando que las palmas golpeen secamente sobre la superficie de la tapa del cajón. Golpeaba enérgicamente, bailando con saltos bruscos sobre el cajón enajenada y llena de vida estuvo un rato largo tocando o teniendo un brote de epilepsia, no lo sé, de golpe miró la hora y me dijo que era increíble, que tenía que comprarse un cajón ya. Y se fue volando porque llegaba tarde al trabajo. Dejamos todo tirado y la acompañé al colectivo. Yo iba para el mismo lado así que subí con ella con el plan secreto de seguir conversando y robar a último momento el roce que no se había dado en toda la tarde, por estar perdida con el toque.

Al pasar por al lado de dos asientos vacíos le indiqué que nos sentemos, pero ella me dijo que no, que fuésemos al fondo de todo. Me irritó un poco porque en los asientos del final teníamos que compartir la hilera de asientos con un chico de mochila verde y estaríamos menos solos.

Se sentó rápidamente en el asiento del lado de la ventanilla y yo ocupé el lugar contiguo, en medio de ella y el otro pasajero de la mochila. Comencé a hablar, ella miraba por la ventana, no contestaba con mucha elocuencia sino más bien se la notaba abstraída en el paisaje y abocada a la fruición de su propia somnolencia. Yo hablaba y hablaba, de la vida, de la música, de como el tribal que ella bailaba tenía un trasfondo parecido con el flamenco y Clementina contestaba que sí. Luego noté que no parecía muy involucrada en la conversación y pensé que la estaba molestando, que tal vez tendría ganas de silencio. Me quedé callado mirando por la ventana, mientras cada vez que podía espiaba un poco sus piernas de reojo, con sutileza estratégica.    

Ella estaba bastante lejos de la vida mundana. Me di cuenta que a pesar de mirar por la ventana no miraba el paisaje, miraba hacia adentro de sí. Por un momento bajó de -volvió de alguna de las lejanísimas tierras en que su conciencia flotaba ajena a todo-  y mirándome a los ojos me dijo – ¿que pasó?  te quedaste callado –

-Si, pensé que me estaba poniendo denso y que tal vez querías estar un rato tranquila antes de llegar al bar – dije.

-No, me gusta escucharte, hablá dale –  y le pude observar un brillo raro y lúdico en sus pupilas, justo un segundo antes de retirarse a las profundidades de un nirvana de la conciencia al que, ya iba entendiendo, yo no tendría permitido entrar

– ¿De qué querés que hable?

– De lo que quieras..

Me puse a hablar de la forma del eco, de las vibraciones y de las sensaciones que me producían ciertas palabras por las particularidades de su sonido fónico… la vibrbrbrbrbración que revervvvverabbba brotando con variaciones abrasivas sobre el metálico motor del colectivo viejo. Cómo parecían más punzantes por el calor de la tarde las erres, de timbres más agudos. Y cómo el arrullo del rodar colectivesco por asfaltos inconstantes de planicies sacudía hermosamente nuestras almas, y sobre todo los altos rulos de la señora del asiento de adelante.

Luego ella se bajó. La observé a través de la ventanilla, caminar segura pero incongruente por la avenida, casi violenta. La miraba sin saber por qué. Ella no me miraba a mí ni a nadie.

 

Al otro jueves fue lo mismo – hola Clementina, la tarde está linda y me compré una licuadora ¿ querés venir a tomar unos tragos en la terraza?

– Dale, voy un rato y de ahí me voy al laburo.

Se había generado entre nosotros la confianza como para hablar de casi cualquier cosa, pero justamente esa confianza me jugaba en contra. Yo quería trascender la conversación hacia otro territorio más allá, más de seducción, de conquista. Pero tener tal confianza hacía que no hubiese  umbrales que trasponer, ninguna zona vedada que querer transgredir. Podíamos hablar de sexo mas o menos corrientemente como hablaría con cualquiera de mis amigos sin que a ella se le moviera un pelo o me viera interesado. Cualquier tema estaba permitido y esto mismo me anulaba, me quitaba armas. Terminaba haciendo el papel del amigo gay que puede hablar de lo que sea. Su cercanía alejaba mis planes.  

Pero además sucedía algo fuera de lo común y es que, si bien no la conocía tanto y teníamos charlas profundas, por momentos sentía que se iba. El brillo de sus ojos se replegaba hacia un lugar al que no me invitaba y luego acudía repentinamente como desde el fondo de un abismo de ensimismamiento.

Al principio pensé que eso era porque fumábamos, el efecto de cuelgue digamos, pero al tiempo empezaron a inquietarme sus ausencias. Sobre todo me causaba cierta molestia que en sus apagones yo sentía como el diálogo que fluía naturalmente, se iría transformando poco a poco en un monólogo del cual me aburriría, y cuando estaba en el fondo de mi abismo, ahí surgía ella como llamada por un relámpago y me pedía que siguiera hablando… ese día le contesté.

– ¿¡me estás escuchando nena!?¿para qué querés que hable si estás en otra galaxia…? a veces me da la impresión de que…?- no terminé de decir esto y Clementina estaba toda roja, muy roja. Sonreía con los ojos vidriosos y con cierta vergüenza decía – un poquito más hablá… yo te estoy escuchando… pero es que…

– me molesta un poco, sabés… me parece que no te pega nada bien …

– no, no es eso, te juro que no es eso….tengo un…

 

Y bueno, era medio chica, era mi culpa. Lo que pasa es que eran interesantes nuestras conversaciones. Ella era inteligente, atractiva, me daba bronca que de pronto se pusiera en automático, que no me conteste y sonría para adentro.  

Ese día la acompañé a la parada del colectivo y mientras esperábamos me insistió de nuevo para que suba con ella y después tomara algo desde Maipú hasta donde yo iba, así íbamos un rato más charlando y a mí me pareció bien, al fin y al cabo cuando quería conseguía lo que quería con una sonrisa. Pero al subir otra vez enfiló para el asiento del fondo (el más incómodo de todos, donde se siente la vibración del motor hasta en el cerebro) y a las tres paradas su mente ya estaba navegando por los ríos de Nepal o vaya a saber donde.

Pasaron varios días hasta que volvimos a vernos, ya me había fastidiado de no encontrar recoveco para avanzar sobre una posible conquista. Los juegos y las conversaciones con ella se estaban yendo para un lugar en el que no le tocaría un pelo jamás y eso me perturbaba.

Ese día me prometí que iba a avanzar, aún cuando surgiera una negativa, o aunque no sienta que se hubiese generado el clima propicio. La llamé. Esa vez quedamos en el río.

– yo creo que a la larga se van a dar los viajes en el tiempo, no me cabe la menor duda. Debe de haber experiencias que son como viajar en el tiempo, por ejemplo estar en coma… ¿conoces el disco “delouzed in the comatorium”?    

– No – le contesté

– Es un disco conceptual, que narra todo lo que sintió un tipo que estuvo en coma y el mundo en el que estaba sumergido. Tenía una vida muy intensa dentro de su sueño eterno. Estuvo así varios meses, era un amigo de la banda, por eso le dedicaron el disco…. y al despertar dijo que había estado en otro cuerpo librando batallas, combatiendo en Portugal- expuso ella hablando efusivamente.

– Interesante, pero yo apuntaba a que el tiempo no existe. El tiempo es una magnitud inventada por nosotros para medir cuándo sucede algo. Sucedió o está por venir, es así: sirve para organizar. Si “estudias, apruebas”; si haces ésto, sucede aquello otro. Pero en realidad la vida es vida y cada instante ya contiene un futuro en él. La vida sucede sin tiempo, no tiene la idea de presente pasado y futuro.

– lo que quieras, pero ¿y el movimiento de la tierra alrededor del sol?

– ¿tiempo? acaso movimiento.  Pero no de un algo que exceda a ese ahora. Creo que el tiempo sucesivo es una idea instalada culturalmente, tal vez… se necesitaba esquematizar la “duración”,  sacar cálculos y conclusiones para imponer el ritmo del trabajo.

– Uh, no sé. Yo creo que el tiempo es necesario para organizar, sí, pero que nuestra conciencia o espiritualidad (llamále como quieras) puede vislumbrar un momento anterior o futuro. No sé como, pero  ya sucede eso. A mí me pasó ¿o vos no estás constantemente viendo lo que hiciste o dijiste ayer?… eso condiciona tu ahora conmigo… creo que son pocos los instantes que habitamos “verdaderamente” el presente, la mayor parte del tiempo no está nuestro yo. Vagamos condicionados por conceptos, preconceptos, y millones de cosas que desconocemos y ni nos imaginamos… cuando estamos y actuamos sobre el presente es fabuloso. A mí me sucede cuando bailo.

Seguimos así un rato y ella poco a poco comenzó a diluirse en una mirada perdida, en esa que ya le conocía. Llegué a pensar incluso que tal vez estaba viajando en el tiempo, que viajaba o creía que viajaba con la mente producto de lo que veníamos hablando. Me dio rabia.  Me vi de nuevo monologando y acompañándola en un estúpido ultimo asiento incómodo de colectivo ruidoso (ese que yo odiaba pero ella siempre se las ingeniaba para elegir) y me fui quedando en silencio…. cuando ella emergió en un  relámpago de presencia repentino con un pequeño grito y me reclamó que hablara. Yo hablé. No sé que dije, pero me odié.  

Pasaron varios años. Nunca había vuelto a pensar en Clementina. La tendría olvidada por completo si no fuera porque hoy…. Vuelvo del centro. Subo al colectivo. Enfilo para el fondo…

al principió miré a una chica que me pareció atractiva pero no supe quién era. Iba con unos auriculares violetas mirando por la ventanilla. Yo la espiaba impunemente pues se sobreentendía que ella no notaría mi presencia desde su abismo de sonido. Le vi cara conocida pero no atinaba a descubrir de donde… hasta que en un momento reconocí ese mirar cristalino – miraba por la ventanilla sin mirar. Tenía sus ojos ahí, digamos, pero no fijaba su atención en ningún lado, más bien estaba volcada hacia adentro. Ahí me acordé.

Seguí mirándola un par de paradas, jugando a que ella notara mi presencia y saludarla. Además debo decir que estaba hermosa. Habían pasado varios años, y había mutado en una mujer más formal, tipo secretaria, sensual.

Me acordé de sus viajes a la nada y de que probablemente podía pasar todo el viaje sin que mirase hacia el costado. Me acordé también de mis estúpidos intentos fútiles y avizoré una revancha. Le toqué el hombro. Se sobresaltó como si el pasajero de al lado la hubiese despertado de un sueño pidiéndole permiso para bajar. Miró desencajada para todos lados. Se sacó los auriculares. A la pasada miró pero no me reconoció, antes de que se los volviera a poner la saludé.

– Clementina- … ahora sí sonrió… se quedó callada un momento -¿cómo andás? ¿ te acordás de mí?

– Si, como no me voy a acordar, Agustín ¿ como estás tanto tiempo?

– Bien ¿vos?… seguís igual de distraída cuando viajás en colectivo, no cambias vos: último asiento, música fuerte… Bah, cambiar cambiás, estás como más seria, pero si no te enojas…

…La conversación siguió…

A los días fuimos a tomar un trago y cuando hablábamos ella reía, pero de a poco se me fue escapando a ese témpano de silencio que le conocía. Estaba y no estaba. Y Yo…

– Te quedaste callado – me dice

– Si. No sé, siempre me pasaba eso con vos, te vas y siento que te estoy embolando

– no, hablá, te estoy escuchando – dijo

-dame un beso- le dije tajante, decidido, reprimiendo el posible monólogo de duda que ya  asomaba de adentro.

Y ahí se puso un poco más de frente y me encajó un beso.

Me acomodé en la silla más cerca para entregarme a un beso prolijo y cómodo, cercano, rodeándola y abrazándola por la cintura. Al rato, cuando lentamente bajé una mano por su muslo izquierdo sentí en ella un relámpago de placer, un sacudón muy violento en un grado de excitación muy exagerado que casi me pareció fuera de contexto para como se desenvolvían las circunstancias hasta el momento. Pero claro que eso no me molestó.

Fuimos al hotel de enfrente.

La tiré sobre la cama mientras nos sacábamos la ropa y cada prenda que se iba descubría un detalle fundamental de su cuerpo… un lunar, un tatuaje, y sobre todo un pequeño y plateado redondel que brilló en el medio de su sexo cuando se sacó todo: Clementina tenía un piercing justo ahí.

Mi sorpresa fue enorme, y el durante, más aún todavía…uno podía hacerle lo que sea a Clementina. Si tocabas allí, en el brillante detalle, todo su ser te pertenecía de una manera que me es imposible explicar. La tenías completamente esclavizada por su propio placer sin que exista para ella nada más en todo el universo que su propia sensación de goce. Se sacudía en frecuencias que imagino serían mil veces más fuertes que lo que yo pudiera experimentar como placer. Varias horas estuvimos así.

Y vinieron las charlas post-sexum, y se explayó un poco más en el asunto de su piercing, y yo claro pregunté

– sí, siento muchísimos orgasmos – dijo- depende cómo esté sentada puedo estar disfrutando un rato largo y nadie se entera; si algo vibra es mucho mejor, por ejemplo el colectivo me encanta… el último asiento siempre es el mejor –

… mientras… yo entendía la mirada en sus momentos de ausencias y aquella otra forma extraña de cruzar las piernas a cierta altura de nuestras conversaciones, y también varios gestos más que hubiese sido bueno conocer mejor de adolescente.

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6 comentarios en “CLEMENTINA VIAJA EN COLECTIVO

  1. ¡ Uy , Uylder! (valga la redundancia), que bonito lo has expresado, creo que ni yo mismo aún habiéndolo escrito podría haberlo expresado mejor. Gracias por los elogios, me alegro que te haya gustado. Saludos.

  2. saludos, por recomendación de Amílcar he leído este relato tuyo. es muy bueno interesante y no de suelta durante el transcurso. me gustó el final muy original pues mientras el gallardo buscaba algo filosófico en la mirada perdida en realidad era la vida misma traducida en orgasmo la que lo producía, muy bello. Uylder Torrez.

  3. Me alegro que te haya gustado Jesús. Han sido una buena compañia las pushcaguas de relatos que me regalaste, me las leí enteritas en las carreteras Méxicanas. Son justamente la clase de relatos que quería encontrar en este viaje, bien auténticos y sinceros, con el tono propio de esa zona. Un abrazo.

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